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Esta mañana el desayuno me sabe a oro…

 

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(Facebook: Rio 2016)

por: Raúl Cintrón (hijo)

Nunca he sentido fascinación por el oro, metal altamente maleable igual que todos los hombres. Nunca he tenido en cuenta esa malaria de andar con destellos amarillos en el cuello o en las manos.

 

“Se me hace que el oro es un fetiche bastante de mierda, (como decía cierto barbudo), estímulo principal del genocidio más grande de toda la historia de la humanidad.”

 

¡Ah!

 

Pero el oro olímpico es otra cosa, ese oro que estamos saboreando por primera vez, me sabe a sol, a destello de alegría, me sabe al brillo que le sale en las mejillas a las abuelas cuando sonríen desde un balcón.

 

Me sabe a mi abuelo contándome la historia. Me sabe a sal de mar, a palma de coco.

 

Este oro me sabe los olores que salen de cualquier cafetín boricua.

 

Me sabe dulce como el café de la mañana, amargo como un fuerte trago de ron caña.

 

No tiene sabores amarillos, más me sabe a los colores rojo, azul, y blanco, y a una frase que se canta y que dice dos veces; “del mar y el sol, del mar y el sol”. Me sabe al nacionalismo estúpido y sin sentido que siempre nos hace llorar como imbéciles, como tontos.

 

Me sabe a fe, me sabe a esperanza, me sabe a algo que le llaman gloria y que nunca he sabido lo que es. Me sabe a un país enfermo y altamente abusado por siglos. Me sabe a un país con gran capacidad, me sabe a un país embrutecido. Es el sabor de un país que no tiene ojos pero los busca.

 

Me sabe al trabajo de todos los días, a los que nunca creen, y a los que luchan.

 

Me sabe a la mujer boricua cuando se pone brava, me sabe a Mónica llorando en una cancha olímpica.

 

Me saboreo esas lágrimas y las mías y me doy cuenta que este oro me sabe a mí, me sabe a ti.

 

Este oro; me sabe mi país…